A continuación relataremos la historia de cuatro navegantes que abandonaron su terruño para vivir más tiempo en contacto con la naturaleza, sus estaciones, colores y fragancias; para cambiar el paisaje de la ciudad por un entorno más a fin con su pasión.
Si bien el cambio es categórico, el mayor desafío consiste en convertir una embarcación deportiva en una casa, despojándose de cierta comodidad y lugares espaciosos; la incorporación de los objetos cotidianos (indumentaria, servicios, confort, etc.) en unos pocos metros cuadrados significa un verdadero reto.
La gran mayoría de estos hogares “flotantes” son ocupados por propietarios solteros o separados de ambos sexos y, en menor proporción, por parejas y matrimonios con hijos pequeños.
Los motivos que llevan a tomar tamaña decisión son múltiples y variados, tantos como la cantidad de nautas que eligieron vivir así. Están aquellos que conocieron esta forma de vida empujados por algún motivo personal, otros que fanatizados por la vida náutica se negaron a circunscribirla sólo a los fines de semana o los que han mantenido en estado latente este deseo y dadas ciertas circunstancias especiales concretaron su sueño. Sin embargo, todas las historias coinciden en un punto: mejorar la calidad de vida (más bienestar, más momentos de ocio y relax, etcétera).
Adriana Mustoni: Instructora náutica de profesión, hace casi veinte años sintió la necesidad de darle nuevo rumbo a su vida. Con hijos grandes y demasiada presión en su actividad comercial, decidió cambiar los tacos altos por zapatillas y se instaló a bordo.
Fue muy difícil deshacerse de muebles, cuadros y libros y quedarse solamente con lo indispensable, pero con el tiempo, te das cuenta de la cantidad de cosa innecesarias a las que uno está aferrado. Cada día que pasa estoy más segura del paso que di, nos comenta Adriana.
Carlos Menéndez: Marino retirado y fanático de la náutica, Carlos, con muchas ganas de cumplir proyectos postergados, decide en los ’90 adoptar como domicilio fijo su pequeño barco. Nos cuenta que uno de los grandes beneficios, en esta nueva vida que emprendió, es haber armado una comunidad muy enriquecedora con gente de experiencias muy interesantes.
Juan Pablo Arenas: Hace veinte años conoció la náutica a través de un amigo y ya nada fue igual a partir de entonces. Con la amarra en un club de Olivos, Juan Pablo pasaba sus fines de semana (de viernes a lunes) en el barco hasta que decidió mudarse definitivamente a su velero. Nos cuenta que tiene media hora de viaje hasta su trabajo y al volver, se sumerge en otro mundo.
Es como vivir en una casa con pileta olímpica, doce canchas de tenis, restaurante y parque, ¿qué más se puede pedir? Las vacaciones también están resueltas, solo hace falta elegir un destino y encarar la travesía!
Daniel González: Hace cinco años que, por problemas familiares, decidió cambiar su casa por su barco. Hoy en pareja, Daniel nos explica que la clave para vivir dos personas en un lugar tan reducido es: optimizar al máximo los espacios, ser lo más ordenado posible y tratar de no perder la calma ni la paz.
Estimados colegas, no hay dudas de que tener amarrada la vivienda a una marina o muelle tiene su encanto, y para quienes se deciden a descubrirlo, vivirlo intensamente y aprovechar de los beneficios de la tranquilidad, esto no tiene precio!
fuente: L. Fava