En la nota pasada, nos habíamos quedado fondeados en el Paycarabí a la espera de reencontrarnos en este próximo artículo. Previendo tiempo extra para preparar el nuevo material nos dispusimos a zarpar cuando, en el presiso momento de recuperar el fondeo, nos dimos cuenta de que no sería tarea fácil.
El lecho de nuestro delta se haya plagado con restos de demoliciones, chatarra, grandes troncos y una amplia variedad de muertos (elemento de gran peso apoyado en el fondo donde se afirma el cabo de fondeo o en este caso el ancla) con los cuales es posible encontrarse, y de hecho nosotros habíamos "pescado" algo.
En estos casos el uso de un boyarín suele ser la solución. A esta pequeña boya se le hace firme uno de los extremo de un cabo de entre 4 a 6 mm. de mena (diámetro), según el peso del ancla, por 10 metros de longitud. El otro extremo del mismo cabo u orinque, se sujeta a la cruz del ancla. De esta manera, con solo enganchar el boyarín con el bichero e izarlo, facilmente el ancla hubiese zafado del enganche.
Pero claro, como siempre llevamos de tripulante a "Murphy", y él a sus leyes, lo que se suponía un trámite rápido y sencillo se convirtió en la madre de la burocracia. La solución, antes de llamar a un buzo táctico, consistió en deslizar una cadena con un lazo a lo largo del fondeo, hasta conseguir llegar a la caña y luego hasta la cabeza del ancla para poder tirar de ella en el sentido opuesto, utilizando el bote auxiliar.
El boyarín tiene además la función de identificar la zona en donde se encuentra el ancla de una embarcación, previniendo a otro navegante de su existencia y evitar así enredos de cabos y cadenas, gareteos posteriores, etc., muy comunes en fondeaderos muy concurridos.
Prevenga situaciones como la detallada y que en su próxima salida no falte este pequeño y económico amigo que encontrará en cualquier almacén náutico. Que tengan muy buenas singladuras y nos encontramos aquí, en la web del navegante!